Shessin de junio en Anatot, Arucas, Gran Canaria.

Rescato esta crónica del retiro en el que participé el mes pasado, se publicó el día 30 en la página que la Asociación Zen de Gran Canaria tiene en Facebook y casi me pasa inadvertida, me han gustado mucho las palabras de Marcos Fricke y por eso las recupero para este espacio junto con algunas fotos que tomó el mismo. ¡Muchas gracias!

Siempre he pensado que los retiros espirituales son el lugar más exótico del planeta para ir de vacaciones, especialmente hace un tiempo, cuando las ofertas de prácticas de crecimiento personal colectivas eran muy escasas. Digo esto porque son espacios excepcionales, no ordinarios; donde las reglas de juego interpersonales son insólitas. Un oasis donde, no solo te permiten ser tú mismo, sino que eso es precisamente lo que se potencia y valora; donde puedes quitarte la pesada armadura y la espada con la que te abres camino para moverte en el estresante, aparente y competitivo mundo cotidiano. El lugar para quitarte el incómodo y asfixiante disfraz del personaje que interpretas continuamente: mujer perfecta o madre complaciente, marido infalible o padre protector. Insuperable lugar de descanso ¿no? En ese sentido también es el lugar más lujoso y exclusivo. Ahora bien, no es un lugar ocioso. No es un espacio wellness de talasoterapia. Es un lugar de faena, un taller de trabajo interior. En este sentido puede antojarse en ocasiones muy áspero e incómodo.

La reciente sesshin realizada en Gran Canaria comenzó con la chispa que encendió una hoguera, cuyas llamas arreciaron y crecieron súbitamente hasta explotar en una potente llamarada. El maestro de ceremonias y guardián del fuego, Manolo Quesada, cumplió perfectamente con su cometido. Tal fue la potencia del fuego que tuvimos que distanciarnos de las llamas para evitar abrasarnos. En sintonía con su intensidad, el calor irradiado por los participantes durante la presentación en el círculo de corazones fue poderosa, puesto que el grado de apertura, valentía y honestidad fueron llamativos, tanto que parecíamos estar al final del retiro en vez del comienzo, que es cuando las defensas suelen caer. Fue por eso que el maestro Daizan Soriano dijo en tono de broma. “Esto parece el final del retiro en vez del principio, así que nos podemos ir todos a casa, ya que hemos terminado lo que veníamos a hacer”. Este círculo, presagiaba ser lo que más tarde se confirmaría: un retiro muy profundo para ser de iniciación. Tal como comentó una participante en la charla final de cierre de sesshin, en los periodos de zazen el silencio era tal que se le pusieron los pelos de punta.

Por otra parte, el maestro Daizan Soriano puso en todo momento cátedra con su docta ciencia de la paz de la que me beneficié en primera línea por mi impericia en el cometido de jissha. Entonces, en general, salvo alguna que otras excepciones puntuales, tal vez un tanto llamativas, todo fluyó livianamente. Así fue que los asistentes nos fuimos adentrando hacia nuestro espacio interior, atravesando ese bosque de normas y rituales, ese genial artificio tecno-espiritual, sin saberlo, conducidos sabiamente hasta una encerrona final. Sí, la encerrona a nuestros egos. Esa emboscada que los viejos zorros de la tradición zen fueron diseñando y perfeccionando con los siglos, ese dispositivo para el psiquismo, de manera que el ego no se puede evadir con la sobre-estimulación exterior, ni tampoco despistarse con la ensoñación interior. Cerradas todas las puertas de salida has de enfrentarte cara a cara con él, contigo mismo. Frente a frente: ya no es el otro el que tiene la culpa, ni el estado, ni los políticos, ni la familia. No hay disculpas. Acaba el victimismo. Es el momento maduro de ejercer tu propia responsabilidad vital de la parte que te compete: ¿Qué haces con eso? ¿Qué es lo que lo mejor que puedes hacer con los límites y potencias de tus propias circunstancias?

Y eso sucede situado en esa cámara subterránea, de paredes especulares altas y abovedado, donde el eco de la identidad, amplifica si cabe más esa imagen. Un eco que te da perspectiva sobre ti mismo. Sucede no solo en zazen, si estás atento a veces en la comida ritual, también en las ceremonias. Rodeado de espejos, no te queda otra que reconocer tu imagen sombría; es el doloroso momento de la “bancarrota del ego” de la que hablaba Kodo Sawaki. Las rígidas estructuras que soportan el edificio de la auto imagen han cedido al ser recalentadas por el fuego de zazen. En medio de esa crisis vital, regresas a la fértil vulnerabilidad infantil, y por tanto de la plasticidad o ductilidad; el precioso momento de la gran oportunidad para el cambio, de la metamorfosis…

Pero también, y después de pasar este episodio, una sensación de descanso del alma, la serenidad que llega después de la batalla del guerrero o guerrera espiritual en el combate con el ejército de Mara. O si se prefiere la paz del armisticio entre el yo real y el ideal. Aquel ente ficticio, utópico y tirano, grabado a fuego y sangre por la cultura. Además, la tormenta de nubes de pensamiento grises y sombríos han desaparecido en la lluvia de su propio llanto para dar paso a un radiante día soleado, inundado de luz. Una luz que como premio a tu trabajo interior te llevarás a tu casa, al trabajo y, en general, a tu vida cotidiana.

El retiro se realizó en una hospedería llamada Anatot situado en un emplazamiento un tanto desconcertante y sinuoso. Un oasis de palmeras al fondo de un barranco aislado y oculto en medio de un barrio un tanto destartalado del municipio de Arucas, en Gran Canaria.

El evento coincidió con el fin de semana más próximo al solsticio de verano (21 de junio), momento ancestral donde se celebra el día más luminoso del año. Momento elegido para realizar rituales de cambio y reciclaje. Parece que la sesshin, por cierto, maquinaria perfectamente engrasada por el responsable del dojo de Gran Canaria, Víctor Basanta, marcaba el fin de ciclo y el comienzo de otro. No solo a nivel astronómico, también era la primera sesshin después de la pandemia. El regreso de la shanga de Gran Canaria al templo raíz. Así mismo fue en el mismo lugar donde partió 23 años antes, en el año 1998, cuando el maestro Dokushô Villalba, traído por Dharmamitra -Alejandro Torrealba- , verdadero promotor de la Asociación Zen de Gran Canaria, dirigió su primera sesshin en la isla de Gran Canaria.

Para la Asociación Zen de Gran Canaria ha sido muy importante y una oportunidad extraordinaria recibir al maestro Daizan como maestro del Dharma, por su alta preparación, reconocido por el propio Dokushô roshi, director espiritual de la CBSZ, quien puso en marcha el movimiento de la rueda del zen desde Japón hasta Canarias, dando la remota posibilidad de acceder a sus residentes a la lejana sabiduría milenaria del Budismo Zen, surgida y practicada en un lugar en las antípodas de nuestro territorio.

Para cerrar me quedo con una imagen ocurrida el día anterior al inicio del retiro, cuando durante la descarga de los objetos del dojo, el instructor Víctor Basanta, sentado, durante un pequeño respiro y observando los objetos transportados, sus ralladuras y otras cicatrices del tiempo por los trasiegos anteriores y en una expresión de gratitud por todo lo que habían trabajado los responsables y demás practicantes precedentes comentó: “cuantas vueltas han dado esos objetos”.

Y las que darán….

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