HACER FRENTE AL DRAGON

En el Fukanzazengi el maestro Dogen Zenji escribe: «Honorables discípulos del zen. Acostumbrados como estáis desde hace tanto tiempo a tantear el elefante en la oscuridad, no temáis ahora al verdadero dragón.»

Estas palabras se refieren a dos historias que voy a contaros:

Existía un país donde nadie habla visto nunca un elefante auténtico. Pero un feriante tuvo la brillante idea de comprar uno en el país vecino, montar un número de circo y ganar así mucho dinero. Una vez conseguido el elefante, lo colocó dentro de una carpa completamente cerrada, y a oscuras hacía entrar a los aldeanos, previo pago de una entrada, para que adivinaran de qué animal se trataba. Todos tocaban el trozo de elefante que tenían delante con sus manos para tratar de reconocerlo. Al salir, los familiares preguntaban: «¿Cómo es ese animal?» Aquellos que habían tocado las patas, decían:

«Es como una columna.» Los que habían tocado el rabo contestaban: «Es como una serpiente.» Los que habían tocado las orejas, decían: «Es como una mariposa gigante.» Aquellos que tocaron los colmillos exclamaban: «Es como una daga muy larga.» Los que tocaron la trompa decían aturdidos: «Es… es como una manguera de bombero inmensa.» Y se iban a sus casas contentos, seguros de conocer por fin a un elefante, y sin ponerse de acuerdo.»

Así somos la mayoría de los hombres, vivimos en la oscuridad, prisioneros de nuestros propios puntos de vista limitados e ilusorios. Pasamos nuestra vida tanteando en la oscuridad y alcanzando solamente una visión falsa, estrecha y parcial de lo que es el auténtico elefante de la Realidad. Por eso cuando practicamos zazen y nos vemos por primera vez, sumergidos en la auténtica realidad, no la aceptamos, huimos o luchamos. Esta reacción me recuerda la segunda historia. Comienza así:

«Había un pintor al que le gustaba mucho pintar dragones. Continuamente hablaba de ellos a sus amigos, les explicaba la belleza de sus movimientos, la armonía de sus formas, lo impresionante de sus colmillos y de sus fauces siempre humeantes. Todo su estudio estaba lleno de representaciones de dragones, y sus amigos le admiraban y decían: «Es un gran especialista en dragones.»

Esto llegó hasta los oídos de Tenryu. el Dragón Rey del cielo, y decidió él mismo hacer una visita a este pintor. Pero cuando el pintor vio descender al Rey de los Dragones y dirigirse hacia él, hacia él en especial, experimentó tal terror que salió despavorido dándose con los pies en el trasero.»

A todo el mundo le gusta hablar del Zen, hablar de la filosofía exquisita, hablar de esto o de aquello en una terraza de verano tomando horchata, con las piernas bien estiradas, el cuerpo bronceado y un cigarrillo entre los labios. Así es muy fácil entenderlo todo, pero cuando se trata de practicar zazen, cuando aparece el auténtico dragón, el diafragma se bloquea, el cuerpo entero la mente entera se bloquea.

El Zen, el auténtico Zen significa hacerse intimó con el dragón, aceptar su poder y su energía, convertirse uno mismo, al fin, en dragón.

En la practica de zazen surgen algunos obstáculos: el primero es a nivel puramente sensorial y viene dado por la aparición de lo que en el mundo ordinario llamamos sensaciones desagradables o dolorosas. Estamos tan condicionados por nuestras reacciones normales, esto es, apegarnos a lo agradable y huir ante lo desagradable, que cuando aparece la realidad del dolor no sabemos que hacer, lo único que sabemos es huir. Sin embargo, esa no es la a autentica solución. En una sesshin, en zazen, no podemos huir, no tenemos más remedio que confrontar el dolor, y confrontar no significa «luchar contra», confrontar quiere decir «ver de frente».

Primero es «ver de frente», luego llega el «ver desde dentro», entrar, penetrar. Sea como sea, el dolor no es el obstáculo más importante. El obstáculo más difícil de superar es la conciencia del «yo» y de ‘lo mío». El problema no es el dolor en sí, sino «mi dolor», este dolor es «mío», me duele «a mí». Por esto, la percepción del dolor depende de la conciencia que tengáis del «yo»-, cuanto más apegados estéis a la conciencia del «yo», más sufriréis.

La única manera de penetrar el dolor y pasar más allá, es abandonar la conciencia del «yo», es abandonar cuerpo y mente Shin jin datsu raku, precipitar el cuerpo y la mente, dejarlo caer, desprenderse de la ilusión de que nos pertenecen.
Algunos consiguen hacerlo naturalmente, automáticamente, alcanzan un cierto nivel de concentración, pueden permanecer inmóviles más allá de las sensaciones agradables o desagradables: entonces comienza a abrirse la dimensión de la conciencia Alaya y comienzan a surgir todo tipo de fenómenos. Lo más común es el deseo de convertirse en Buda, o bien surgen distintos impulsos animales, la cólera, el odio, la envidia… Comienzan a asomar la cabeza todos los problemas que hemos ido arrinconando en el cuarto trastero durante toda nuestra existencia.

Esto no nos ocurre sólo a nosotros, los Budas y Patriarcas experimentaron lo mismo. El Buda Shakyamuni, debajo del árbol de la Bodhi, durante 49 días, experimentó todos los estados de conciencia imaginables; los seis años de asceta errante se le presentaron inútiles, estúpidos. ¿Por qué tenía que haber abandonado el hogar conyugal? Apareció en él el deseo de volver al palacio de su padre, con su familia, con su hermosa mujer, con sus queridas concubinas, con su hijo pequeño al que apenas conocía. Deseó tenderse, acostarse, olvidar… ¿Por qué no llevar una vida normal como el resto de los humanos? ¿Por qué vivir este infierno de la inmovilidad absoluta? ¿Por qué hacer frente a los ejércitos de demonios, dragones, fieras y alimañas diversas?

Sin embargo, permaneció inmóvil.

Cada zazen duraba 6 días y 6 noches. Cada Kin-hin duraba 1 día y 1 noche. Así pasó 49 días, el tiempo que su conciencia necesitó para atravesar más allá de la esfera sensorial, más allá de la esfera mental, más allá de la esfera Alaya, más allá de la conciencia y de la no-conciencia, hasta que por fin, liberado de todo tipo de atadura al mundo fenomenal, se dispuso a entrar en la extinción, en el pozo, en el descanso absoluto de aquellos que han pasado a la Otra Orilla. Y sin embargo, un último poder se manifestó ante él y le dijo: «Que tu experiencia no se disuelva y se olvide en la noche de los tiempos. Vuelve con los hombres, enseña tu Vía, enseña a aquellos que sufren el Camino de la Liberación,» Y Buda dijo: «¿Quién me entenderá, quien querrá seguir este camino?» Aún así, el poder de la Compasión Universal fue más fuerte y Buda volvió con los hombres.

Por esta razón estamos hoy aquí, experimentando exactamente lo mismo que él experimentó, atrapados en nuestra conciencia de seres sensibles como él estuvo atrapado, enredados en la ilusión de nuestra conciencia mental como él lo estuvo, buceando en la fantasmagoría de nuestra vida subconsciente y de nuestro karma. igual que él. Buda no era especial, tenia el mismo cuerpo que nosotros, la misma mente, No nos engañemos, no nos justifiquemos pensando que los hombres de la antigüedad estaban hechos de otro material.

 

Teishô impartido por Dokushô Villalba el 12 de Agosto de 1988

Otras entradas:

ocho + seis =