TA-CHIEN HUI-NENG

Caso Trigesimocuarto[1]Texto extraído del Denkoroku, un texto clásico del budismo Zen que narra la vida y las enseñanzas de los maestros Zen desde la época de Buda hasta el siglo XIII. Su nombre completo es … Continue reading

El trigesimotercer patriarca -sexto patriarca chino- fue el maestro Zen Ta-Chien (Hui-neng), que se ocupaba de descascarillar arroz en el cobertizo de Huang-mei. En cierta ocasión, el maestro Zen Ta-man Hung-jen entró en el cobertizo y preguntó:

-¿Está preparado el arroz blanco?

-Ya está listo pero todavía no ha sido tamizado -respondió el maestro.

Ta-men golpeó entonces el mortero tres veces con su bastón, a lo que el maestro respondió sacudiendo tres veces el cedazo. Luego el maestro entró en la habitación del patriarca.

Circunstancias.

El nombre familiar del maestro, cuyos ancestros procedían de Fan-yang, era el de Lu. En el primer cuarto del siglo VII, Hsing-t’ao fue degradado y enviado a Hsin-chou, en el lejano sur, donde finalmente terminó estableciéndose. Más tarde, el padre de Hui-neng murió y su madre cuidó de él. Su familia era muy pobre y el maestro se ganaba la vida acarreando y vendiendo leña. Un día llegó a la ciudad con un cargamento de leña menuda y escuchó a un cliente recitar el Sutra del Diamante (Vajracchedika prajñaparamita Sutra). Cuando el cliente llegó a la estrofa que dice «Debes desarrollar una mente que no se apoye en nada» el corazón de Hui-neng sufrió una profunda conmoción.

-¿Qué escritura es ésta? ¿De quién la has recibido? -preguntó entonces.

-Es el Sutra del Diamante y la he recibido del gran maestro Hung-jen, de Huang-mei -respondió el cliente.

Hui-neng habló luego con su madre y partió en busca de un maestro que pudiera enseñarle el Dharma. Cuando llegó a Shao-chou visitó a un hombre orgulloso llamado Liu Chih-lo y entabló amistad con él. La monja Wu-chin Ts’ang era la suegra de Chih-lo y siempre estaba recitando el Sutra del Nirvana. Al escucharla el maestro le preguntó cuál era el significado de lo que estaba leyendo. La monja le mostró entonces un rollo de papel pero el maestro respondió que no sabía leer. La monja se sorprendió y dijo a los ancianos de la aldea «Hui-neng está en la Vía. Debemos invitarle a permanecer con nosotros y ayudarle». A partir de ese día todo el mundo le saludaba y le presentaba sus respetos.

Cerca de la aldea había un viejo templo llamado Pao-lin. La gente del pueblo se ocupó de restaurarlo y le pidieron que se instalara allí. Los cuatro grupos de practicantes se congregaban multitudinariamente en torno a él y pronto llegó a convertirse en un lugar floreciente para el Dharma. Un buen día, el maestro pensó «Estoy buscando el gran Dharma ¿por qué detenerme a mitad de camino?» Al día siguiente abandonó el lugar y se dirigió a las cavernas que se hallaban al oeste de la provincia de Chang-lo. Allí encontró al maestro Zen Chih-yüan y le pidió ayuda. El maestro respondió «Cuando te miro no veo a una persona normal sino a alguien extraordinario. He oído que Bodhidharma, el indio, transmitió el sello de la Mente a Hung-jen, de Huang-mei. Deberías buscarle y pedirle consejo».

El maestro se despidió dándole las gracias y partió de inmediato hacia Huang-mei, donde encontró al maestro Zen Ta-man. Una vez allí el patriarca le preguntó:

-¿De dónde eres?

-Vengo de Ling-nan -respondió el maestro.

-¿Qué es lo que buscas? -preguntó nuevamente el patriarca.

-Quiero convertirme en un buda -contestó el maestro.

-La gente de Ling-nan carece de la naturaleza del Buda. ¿Cómo esperas convertirte en un buda? -dijo entonces el patriarca.

-Es posible distinguir entre norteños y sureños pero ¿cómo puedes establecer distinciones en lo que se refiere a la naturaleza del Buda? -respondió el maestro.

El patriarca comprendió entonces que se hallaba ante una persona excepcional y le envió a descascarillar arroz al cobertizo. Hui-neng se postró ante él y se dirigió hacia el cobertizo, donde se ocupó de descascarillar arroz día y noche sin descanso durante ocho meses. El patriarca, comprendiendo que había llegado ya el tiempo de transmitir el Dharma, congregó a los monjes y dijo «El verdadero Dharma es difícil de comprender. No será, pues, inútil, recordar lo que digo y asumir esa responsabilidad. Os invito a componer un verso que testimonie vuestra comprensión. Entregaré el kesa y el Dharma a quien manifieste una comprensión más exacta de la verdad».

En ese tiempo, Shen-hsiu era el más reconocido de los setecientos monjes de la comunidad. Conocía perfectamente tanto las enseñanzas budistas como las no budistas y era admirado por todo el mundo. Shen-hsiu lo sabía y no se preocupó mucho por ello. Una vez que escribió su poema se dirigió varias veces a la habitación del maestro pero, en cada ocasión, retrocedió empapado en sudor. Tenía que mostrárselo. Lo intentó catorce veces en tres días pero ninguna de ellas pudo llevarlo a cabo. Entonces pensó «Será mejor que lo escriba en la pared. Si Hung-jen lo lee y admite su bondad reconoceré su autoría. Si, por el contrario, dice que es malo, me retiraré a las montañas. ¿Qué camino debo tomar para alcanzar el reconocimiento de los demás?» Esa misma noche, oculto en la oscuridad, cogió una lámpara y escribió el poema que expresaba su comprensión en la pared de la sala sur. Rezaba así:

El cuerpo es el árbol de la iluminación,

la mente es un espejo resplandeciente.

Trata de mantenerlo siempre limpio

y no permitas que el polvo se acumule sobre él.

Más tarde, el patriarca descubrió el poema mientras estaba paseando y supo de inmediato que el autor era Shen-hsiu. Luego dijo «Si las generaciones posteriores practicaran de acuerdo a él lograrían excelentes resultados» e invitó a los monjes a memorizarlo. El maestro se hallaba descascarillando arroz cuando escuchó que un monje lo recitaba y preguntó:

-¿Qué es lo que recitas? -preguntó Hui-neng.

-¿Acaso no lo sabes? -preguntó el monje- El maestro está buscando sucesor y todos tienen que componer un poema sobre la Mente. Este ha sido escrito por el monje Shen-hsiu y ha recibido grandes elogios del maestro. Con toda seguridad será él (Shen-hsiu) quien reciba la transmisión del Dharma y del kesa.

-¿Qué es lo que dice el poema? -preguntó entonces el maestro.

El monje se lo recitó y el maestro permaneció en silencio.

-Es realmente excelente -declaró el maestro al cabo de un rato- pero todavía no es perfecto.

-¡No digas tonterías! ¡Qué sabrá un estúpido como tú! -exclamó, gritando, el monje.

-¿No me crees? -replicó el maestro-. Entonces compondré mi propio poema -con lo cual despertó la hilaridad del monje.

Esa misma noche, el maestro pidió a un joven monje que le acompañara a la sala y que transcribiera su propio poema a continuación del de Shen-hsiu:

La iluminación no es esencialmente un árbol

ni tampoco hay espejo que resplandezca.

Desde el mismo comienzo no existe nada.

¿Dónde podría, pues, acumularse el polvo?

Cuando, a la mañana siguiente, los monjes vieron el poema lo ensalzaron en voz alta diciendo «Verdaderamente, éste es el poema de un bodhisattva vivo» y el patriarca, reconociendo que el autor era Hui-neng, dijo borrándolo «El autor de este poema todavía no ha llegado a ver su rostro original», tras lo cual los monjes se olvidaron pronto de él. Esa misma noche, sin embargo, el patriarca se dirigió en secreto al cobertizo donde Hui-neng seguía descascarillando arroz y le dijo:

-¿Está preparado el arroz blanco?

-Ya está listo pero todavía no ha sido tamizado -respondió el maestro

El patriarca golpeó entonces el mortero tres veces con su bastón, a lo que el maestro sacudió tres veces el cedazo. Luego entró en la habitación del patriarca.

Más tarde el patriarca dijo «Los budas aparecen en el mundo a causa de lo único importante y guían a las personas en función de sus capacidades. Finalmente cosas tales como los diez estadios, los tres vehículos y la iluminación súbita y gradual devienen enseñanzas. Además, el Buda transmitió la verdad insuperable, extraordinariamente sutil, profundísima y perfectamente maravillosa del Tesoro del Ojo del Verdadero Dharma a su principal discípulo, el venerable Mahakasyapa. Luego esta verdad ha sido transmitida ininterrumpidamente de patriarca en patriarca a lo largo de veintiocho generaciones hasta llegar a Bodhidharma. A mí me la transmitió el gran maestro Hui-k’o. Hoy te entrego a ti el tesoro del Dharma y el kesa que me fueron transmitidos. Debes cuidar bien de él y no permitir que el Dharma perezca».

El maestro, entonces, se arrodilló y recibió el kesa y el Dharma. Luego preguntó:

-Acabo de recibir el Dharma pero ¿a quién deberé transmitírselo cuando llegue el momento?

-Hace ya mucho tiempo -respondió el patriarca- cuando Bodhidharma arribó a nuestro país, la gente carecía de fe y él transmitió el kesa como muestra de que uno había obtenido el Dharma. Ahora la fe ha madurado pero el kesa se convertirá en un tema de disputa y deberás mantenerlo contigo y no entregárselo a nadie. Será mejor que desaparezcas y te escondas durante un tiempo. Espera a que lleguen tiempos mejores antes de comenzar a impartir tu enseñanza. Se dice que la vida de quien ha recibido el kesa pende de un hilo.

-¿Dónde deberé ocultarme? -preguntó nuevamente Hui-neng.

-No te detengas hasta llegar a Huai y ocúltate cuando llegues a Hui -respondió el patriarca.

El maestro se postró entonces ante el patriarca, tomó consigo el kesa y partió acompañado de Hung-jen, quien le escoltó personalmente hasta la falda del monte Huang-mei, en donde Hui-neng subió a un bote. El maestro entonces se despidió de él diciendo:

-Ahora debes regresar. He encontrado la Vía y ya puedo cruzar solo a la otra orilla.

-Aunque hayas encontrado la Vía yo también debo cruzar contigo -replicó el patriarca.

Luego el patriarca tomó la pértiga y cruzó con él hasta la otra orilla. Más tarde regresó solo al monasterio sin tropezar con nadie.

Después de este episodio, el quinto patriarca ya no volvió a entrar en la sala para predicar el Dharma y, cuando los monjes le preguntaron el motivo, respondió «Mi Vía ha terminado». Luego alguien insistió «¿Quién ha recibido el kesa y el Dharma?» y el patriarca contestó «Lo ha recibido alguien capaz (neng)». Los monjes entonces pensaron «el nombre del descascarillador de Lu es neng (capaz)» pero cuando fueron a buscarle había desaparecido. Entonces comprendieron que él era quien había recibido el kesa y el Dharma y salieron en su busca. Un monje, llamado Hui-ming, que había alcanzado la iluminación después de haber estado en el ejército, partió entonces en busca de Hui-neng.

Una vez que el maestro llegó a las montañas de Ta-yu se dijo «Este kesa simboliza la fe y no tiene nada que ver con la lucha» y luego lo escondió, junto al cuenco, en una roca, ocultándola luego bajo una capa de hierba.

Cuando Hui-ming, que había seguido los pasos del maestro, logró darle alcance no pudo, sin embargo, arrebatarle el kesa, como pretendía. Luego dijo, temblando:

-No vengo por el kesa sino por el Dharma.

Hui-neng salió entonces de su escondrijo y se sentó sobre la roca. Hui-ming se postró ante él y dijo:

-Muéstrame, por favor, el fundamento del Dharma.

-No pienses en el bien ni pienses en el mal. ¿Cuál es, en este mismo momento, tu verdadero rostro original? -replicó el maestro.

Al escuchar estas palabras, Hui-ming despertó.

-¿Hay algún significado secreto más allá de las palabras que acabas de pronunciar? -preguntó entonces Hui-ming.

-Lo que has oído no es ningún secreto. Si reflexionas descubrirás que el secreto está dentro de ti -replicó Hui-neng.

-Aunque vivía en Huang-mei todavía no había llegado a descubrir mi verdadero rostro. Pero desde que he recibido tu enseñanza soy como quien ha bebido agua y no duda de si está caliente o fría. Ahora eres mi maestro -dijo entonces Hui-ming.

-Si es como dices -concluyó Hui-neng- nuestro maestro es Huang-mei (Hung-jen).

Hui-ming, entonces, se postró agradecido ante Hui-neng y luego se retiró.

Más tarde, cuando Hui-ming se convirtió en abad, cambió respetuosamente su nombre por el de Tao-ming para no utilizar la primera parte del nombre del maestro y, cuando alguien solicitaba ser su discípulo, lo enviaba a practicar con el maestro.

Después de recibir el kesa y el Dharma, el maestro permaneció oculto entre los cazadores de Hsi-hsien. Al cabo de diez años, el octavo día del primer mes del año 676, viajó al lejano sur donde se encontró con el maestro del Dharma Yin-tsung predicando el Sutra del Nirvana en el templo de Fa-hsing. El viento agitaba una bandera y en el vestíbulo escuchó a dos monjes hablando sobre la bandera. Uno de ellos decía que era el viento el que se movía mientras que el otro afirmaba que la que se movía era la bandera. Pero, por más que hablaban, no se acercaban un ápice a la verdad. El maestro se dirigió a ellos diciendo «Si un humilde laico pudiera interrumpir vuestra elevada discusión os diría que no es la bandera ni el viento lo que se mueve sino que son vuestras mentes las que se están moviendo».184 Cuando este comentario llegó a oídos de Yin-tsung, éste se quedó atónito y dijo que había ocurrido algo excepcional. Al día siguiente llamó al maestro a su habitación y le preguntó por su comentario sobre el viento y la bandera. Cuando el maestro se lo explicó, Yin-tsung se puso involuntariamente en pie y dijo «Evidentemente, no eres una persona ordinaria. ¿Quién eres?» El maestro le contó entonces la historia de la transmisión del Dharma sin omitir nada y a continuación Yin-tsung se postró ante él como su discípulo pidiéndole que le enseñara la esencia del Zen. Más tarde se dirigió a sus discípulos y dijo «Yo soy una persona completamente normal pero acabo de encontrar a un bodhisattva vivo», señalando al laico Lu, a quien pidió que mostrara el kesa de la transmisión de la fe para que todos pudieran rendirle homenaje.

El decimoquinto día de ese mismo mes, todos los monjes fueron convocados para asistir al afeitado de la cabeza de Hui-neng y el octavo día del segundo mes recibió los preceptos completos de Chih-kuang, gran maestro de preceptos del templo de Fa-hsing. La plataforma utilizada para esa ocasión había sido construida en la dinastía Sung por el maestro tripitaka Gunabhadra,185 quien había profetizado «Sobre esta plataforma recibirá los preceptos un bodhisattva vivo». Más tarde, a finales de la dinastía Liang, el maestro tripitaka Paramartha había plantado con sus mismas manos dos árboles bodhi junto a la plataforma diciendo a los monjes «Dentro de ciento veinte años aparecerá un hombre verdaderamente despierto y expondrá bajo estos mismos árboles la insuperable Vía liberando a innumerables seres».186 Luego de recibir los preceptos, el maestro se dedicó, como había dicho la profecía, a enseñar el Dharma de la montaña del Oeste.

El octavo día del segundo mes del siguiente año, el maestro dijo súbitamente a los monjes «No permaneceré aquí durante mucho tiempo más. Pronto regresaré a mi antigua morada». En consecuencia, Yin-tsung y más de mil monjes y laicos le escoltaron hasta el monasterio de Pao-lin. Wei-chü, el gobernador de Chao-chu, le invitó a girar la rueda del Dharma en el Templo de Ta-fan y también recibió los preceptos sin forma de la Mente. Más tarde, los discípulos de Hui-neng recopilaron todas sus charlas en un texto conocido con el nombre de Sutra de la Plataforma. Luego el maestro regresó al monasterio de Ts’ao-ch’i y desde ahí derramó la lluvia del gran Dharma sobre sus más de mil discípulos. A los setenta y cinco años el maestro murió dignamente sentado en zazen.

Teisho.

Al igual que el agua se vierte de un recipiente a otro sin derramar una sola gota, cuando tuvo lugar la transmisión, Hung-jeng preguntó «¿Está preparado el arroz blanco?» Esos granos de arroz son la maravillosa semilla gracias a los cuales llegaremos a convertirnos en reyes del Dharma, verdadero alimento de los sabios y de la gente ordinaria que germinará y crecerá sin necesidad de escardar la tierra en pleno campo salvaje. Una vez descascarillado y limpio el arroz ya no se pudre. Sin embargo, el arroz todavía estaba sin tamizar. Una vez tamizado impregna el interior y el exterior, lo superior y lo inferior. Cuando el mortero fue golpeado tres veces los granos de arroz saltaron espontáneamente del mortero y el funcionamiento de la Mente quedó al descubierto. Después de ser tamizado tres veces tuvo lugar la transmisión del espíritu del patriarca. Desde ese mismo momento, la noche en la que el mortero fue golpeado no se ha iluminado ni el día de la transmisión se ha oscurecido.

Parece que el maestro fue el porteador de leña de Ling-an y el descascarillador de arroz Lu. En los viejos tiempos deambulaba por las montañas ganándose la vida con el hacha. Aunque todavía no había aprendido las enseñanzas budistas ni había iluminado su mente, el simple hecho de escuchar una frase de las escrituras que hablaba de desarrollar una mente sin apoyo le llevó a terminar descascarillando arroz en el mortero de un humilde molino. Aunque el maestro nunca había practicado Zen, profundizó en el Dharma y, trabajando diligentemente durante ocho meses, llegó a experimentar el despertar de la manera habitual, iluminando así la mente que no mora en parte alguna. A mitad de la noche tuvo lugar la transmisión del linaje de los patriarcas. El logro del maestro no fue el resultado de muchos años de esfuerzo pero resulta evidente que, durante un breve período de tiempo, realizó un esfuerzo supremo. No es posible, pues, medir los logros de los budas en términos de períodos de tiempo largos o cortos. ¿Cómo podríamos comprender la transmisión de la Vía de patriarca en patriarca distinguiendo entre el pasado y el presente?

A lo largo de los noventa días del período de entrenamiento del ango de este verano187 he estado hablando de lo mismo, he hablado sobre el pasado y el futuro y me he referido a la vida de los patriarcas con palabras amables y con palabras toscas. He penetrado en el dominio sutil que está vedado a las palabras, os he tratado como a hijos y como a nietos, he deshonrado la tradición Zen y he expuesto nuestra vergüenza. En consecuencia, podéis creer que habéis comprendido la verdad y que habéis alcanzado el poder pero no debéis olvidar que vuestra resolución es muy distinta a la de los patriarcas y que vuestra conducta dista mucho de la de nuestros sabios predecesores. El azar y los méritos acumulados en vidas anteriores han determinado nuestro encuentro. Si hacéis un esfuerzo denodado emprenderéis la Vía pero muchos de vosotros no llegaréis a vislumbrar siquiera la otra orilla, ni a atisbar el verdadero núcleo del asunto. Ha transcurrido mucho tiempo desde que el Buda nos abandonara y todavía no habéis completado vuestro trabajo en la Vía. La vida, mientras tanto, se escabulle de vuestras manos. ¿Por qué esperar hasta mañana? El verano toca a su fin y el otoño se aproxima. Pronto os dispersaréis en las diez direcciones y os desperdigaréis, como siempre, por aquí y por allá. ¿Cómo podéis memorizar descuidadamente una palabra o media frase y decir que ése es vuestro Dharma o vuestra Vía, cómo podéis aferraros a un fragmento de conocimiento y creer que ésa es la Vía del Mahayana? Por más poder que adquiráis, la vergüenza de nuestra familia todavía está al descubierto. ¡No deberíais todavía dedicaros a predicar el Dharma profiriendo palabras sin sentido y pretendiendo ser algo que no sois! Si realmente queréis alcanzar este reino dejad de malgastar en vano el día y la noche y no utilizéis descuidadamente vuestras mentes y vuestros cuerpos.

Poema.

Golpead el mortero,

su estruendoso sonido

resuena más allá del tiempo y del espacio.

Tamizad las nubes

hasta que aparezca la luna plateada

y la noche sea profunda y clara.

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1 Texto extraído del Denkoroku, un texto clásico del budismo Zen que narra la vida y las enseñanzas de los maestros Zen desde la época de Buda hasta el siglo XIII. Su nombre completo es «Denkoroku: La Transmisión de la Lámpara» y fue escrito por el maestro budista Keizan Jokin en el siglo XIII.

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